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Hola! Soy Alba.

Soy psicóloga y te acompaño a construir una vida en la que te quieras quedar.

Si estás aquí es porque quieres saber quien soy.

Te cuento.

Yo me crié en la sierra, en una casita de campo cerca de Villanueva de la Vera -Cáceres-.

En mi infancia no había tráfico, ni bullicio, ni ritmo frenético. Había naturaleza, gente conocida y bastante silencio. Había una niña tímida y curiosa que sentía que no encajaba entre la gente.

En mi adolescencia mi cuerpo me empujó a vivir el polo opuesto. Me fui a la ciudad, a rodearme de gente.

Y me aportó mucho.

Sentir el anonimato, encajar en el ritmo y aprender a encajar allá donde fuese.

La ciudad me permitió abrirme. Allí aprendí a valorar mis orígenes, mis dones de chica de campo, intuitiva, sensible y resiliente.

Después de 20 años  y varias ciudades -Madrid, Berlín, Barcelona, Terrassa- he vuelto.

Desde 2021 vivo en la casa de campo en la que crecí, con mi pareja, mi hijo y unos cuantos gatos.

 

Dejamos trabajos "fíjos de lo nuestro" -esa gran trampa que según como te atrapa hasta los 67-. Y "con un par" llevamos 3 años emprendiendo, criando sin escuela y viviendo donde queremos.

Hemos pillado el kit completo. Lo que quieres a veces requiere hacerlo así: con todo.

Fácil, lo que se dice fácil no está siendo -lo sabes si lees Cosas de la vida o ves mi IG-.

Pero está siendo.

Y estoy agradecida a nuestra valentía y perseverancia.

Esta es mi historia resumida en 4 líneas.

Es la que realmente importa, la que me hace ser una profesional diferente, más allá de mis títulos.

Arriesgo cuando es necesario, veo tu naturaleza más esencial, me adapto a tus ritmos y se el valor que tiene una cara conocida.

​​​​​​

Alba Gerber sobre mi

Mi formación

  • Licenciada en psicología por la UCM.

  • Máster en Psicología de la Actividad Física y el Deporte.

  • Máster en Terapia Sistémica.

  • Máster del Profesorado en Orientación Educativa.

  • Formación en inteligencia emocional, mindfulness, integración del ciclo vital, técnicas de relajación y teoría del apego. 

  • Formación autodidacta en técnicas de manifestación.

¿Más curiosidad?
Aquí la puedes saciar...

Yo siempre quise emprender.
Decidí que quería ser psicóloga a los 14 años, por pura intuición. Y ya entonces me imaginaba haciendo terapia por mi cuenta. Cosas locas como hacer terapia mientras recoges higos o cascas todas las nueces del año -a mi me jodía, pero lo veía terapéutico-.
Ahí, en esa visión, tenía todas las respuestas, pero no sabía cómo llegar hasta ellas.

La carrera me confundió, mucho.
Ansiedad, un novio bastante capullo y la separación de mis padres hicieron el combo perfecto para pasar de ser la listilla de la clase a la que se conocía las fiestas de todas las unis.
Cursé la rama clínica pero no quería dedicarme a algo tan rígido y centrado en lo patológico. Estaba perdida.
Así que me fui a Berlín en el último año de carrera. A entontrarme? Qué va, no fui a eso, pero allí algo cambió.

Oxígeno.

Allí conecté con la psicología del deporte -también con mi amor propio -y ajeno- y con unas fiestas fuera de lo normal-.
En la psicología del deporte encontré un acompañamiento centrado en rendir, mejorar y esforzarse por una meta. Me enganchó y me especialicé con un máster.
Me dediqué a ello durante algunos años, le puse mucha pasión y aprendí un montón.
Esa rama de la psicología me llevó a conocer a mi pareja. Curiosamente cuando eso sucedió cambié de área. Supongo que su función ya no tenía sentido para mi -eso o que no ganaba suficiente pasta-.

En 2016 empecé a trabajar en un ayuntamiento como técnica de orientación.
Mi papel era ayudar a ni-nis a encontrar curro o a ponerse a estudiar.
Pero a mi eso me parecía absurdo sin un trabajo terapéutico detrás. Así que me encerraba con ellos a hacer terapia, como si fuesen atletas de alto rendimiento.
Alguno consiguió salir del hoyo.
Pero no me renovaron -por no seguir las normas, claro.

De ahí salté a una fundación. Mi labor inicial era acompañar a jóvenes con enfermedad mental grave mientras se sacaban un curso de horticultura ecológica. Lo del huerto me motivaba, lo otro ni fu ni fa, para que engañarnos. Los movimientos ahí eran demasiado lentos y desmotivados.
Al poco tiempo, los de arriba vieron mi capacidad todoterreno. Entré a formar parte del equipo de psicólogos y a trabajar como orientadora educativa en un cole de esa misma fundación.
Pasaron los meses y la fundación quiso quedarse conmigo, pero el cole también.

Elegí el cole. Por majos -y por los veranos docentes, claro-.

La necesidad de volver al campo tenía cada vez más fuerza.

Para hacerlo encajar me impuse hacer el máster del profesorado -la mayor soplada de pasta de mi historia-. Mi idea era opositar en Extremadura y venir al campo "en condiciones", sin correr riesgos.

Empecé a vivir en burnout.

Me vestía como una runner para correr de fuego en fuego en el cole, contaba las clases que me quedaban con 3º de la ESO -madre mía que edad...- . Y sacaba horas para estudiar dos másters -terapia sistémica y la citada soplada- y estudiar la opo.

 

En esa época iba muy en automático,  cual zombie, pero empecé a despertar.

La visualización, la meditación y el ejercicio pasaron a ser mi medicina diaria. Reconecté con mis sueños -los de verdad, no los que parecían el camino fácil-.

 

Entonces llegó el COVID. Y me salvó del todo.
De repente no había más clases con 3º, no se harían las oposiciones; había acabado los 2 másters, y podía dejar de correr.


Podía respirar.

 

Así que respiré.

En ese verano docente de 2020 conecté con una fuerza creativa brutal y empecé a darle forma al que sería mi primer emprendimiento serio.
Algo me decía, con fuerza, que ese septiembre iba a ser diferente. Que no volvería al cole, o que volvería de otra forma.


Un día antes de empezar el curso, cuando parecía que me había flipado y todo seguiría igual, supe que estaba embarazada.
Esta vez Leo me salvó: aún había coletazos de virus y las embarazadas no podían ir a trabajar a un cole. Oooh...

La decisión estaba tomada: era hora de asumir el riesgo. A las 3 semanas de nacer Leo metimos todas nuestras cosas en cajas, saltamos de la rueda y nos mudamos.

Poco tiempo después mi emprendimiento cobró por fin vida.
Todos los años anteriores había estado colaborando con otros psicólogos, llevando casos por mi cuenta y tratando de emprender en paralelo.

Esta vez mi sueño se ha ido construyendo casi sin querer. De forma natural, con todos mis dones y todo lo aprendido puestos al servicio.
No hago terapia recogiendo higos -quien sabe en un futuro-. Pero atiendo online desde la que fue mi habitación de la infancia.
Sostengo un negocio y una revolución personal: la educación en casa.
Hay muchas renuncias y el camino fácil, fácil no es. Pero es una decisión consciente y tengo al mejor equipo conmigo.
Estoy pagando el precio de la vida que quiero vivir, y lo pago con gusto.


 

Todo esto se nota en mi forma de trabajar y entender la terapia. Es parte de mi, se viene conmigo.










 

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Están entre la colleja y la caricia. El equilibrio ideal para dejar atrás el Efecto Pomelo y empezar a construir una vida de la que no necesites escapar.

Cosas de la vida

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